La unidad de la nación española se tropieza con tres aspectos; el totalitarismo y la agresividad nacionalista separatista, la constante dicotomía obsoleta izquierda/derecha entre los principales partidos que pugnan por el poder, y el cada vez más débil y frágil Estado.

España no es un conjunto de nacionalidades, no existen pueblos ni naciones, sólamente individuos, individuos de la nación española. Somos un colectivo que se ha formado histórica y culturalmente en un mismo origen. España no es un territorio, no es un idioma, es ante todo, una unidad de destino. Es la patria común e indivisible de todos los españoles.

El nacionalismo no es de izquierdas ni de derechas, es excluyente porque se centra más en lo que nos diferencia que en lo que nos une. Significa aislamiento, discriminación, egoísmo, odio. Los nacionalistas utilizan la base primitiva de la tribu para dividir las regiones. Utilizan los idiomas como arma arrojadiza, se inventan características raciales propias, y presentan a su comarca por encima del resto. Dividen, destruyen, crean barreras y muros donde no los hay.

Una nación como España no debe flaquear ante el nacionalismo separatista y reaccionario. El estado no puede asentarse en ribalidades regionales, sino sobre un régimen de solidaridad nacional, de cooperación amistosa y fraternal. La lucha regional es incompatible con la visión de estado libre e igualitario. No debemos tolerar más que una minoría independentista y analfabeta se imponga al resto de la ciudadanía. Un sondeo revela que menos de 1/5 de los catalanes están siquiera tentados con la idea independentista. La cifra de los vascos es próxima a 1/4 de la población.

En 1978 se concensó una Constitución Española buscando un equilibrio entre el Estado y las autonomías. Aunque finalmente cedieron a las demandas nacionalistas vascas y catalanas, desfigurando la realidad española. Desde entonces el nacionalismo regionalista ha estado tanteando la debilidad del Estado y ampliando las competencias y las partidas presupuestarias, ante la indiferencia de los dos principales partidos gobernantes (PP y PSOE). Y el resultado ha sido un éxito rotundo de los partidos secesionistas ante la falta de liderazgo de quienes han sido cómplices y han permitido dicha situación.

La descentralización política, que no administrativa el cual es positiva pues es cercana al ciudadano, ha formado unos estados feudalistas en donde no se gobierna, sino se reina. Aumentando el coste económico a cantidades astronómicas. Cada feudo quiere su propia televisión, su gran museo contemporáneo, su policía autónoma, sus embajadas en el extranjero, su propia bolsa de valores, y así hasta un largo etcétera. El Gobierno central apenas gestiona el 18% de los recursos, mientras los Gobiernos regionales disponen del 38% y los ayuntamientos del 13%; el resto se dedica para la Seguridad Social. Sin embargo, resulta más que evidente que a pesar de la generosidad descentralizadora, los gobiernos regionalistas nacionalistas se han vuelto insaciables, cada vez piden más y más transferencias. Pero eso sí, a la hora de buscar responsabilidades y culpables se lavan las manos y arremeten contra el Estado central.

En definitiva, o retomamos las riendas de este país en nombre de la solidaridad y la cooperación nacional o seguiremos degradándonos a favor de las dictaduras neofeudalistas y el politiqueo cacical.

Publicado por La Guarida del Dragón on miércoles, 21 de octubre de 2009